Ahora, más que nunca, cobran sentido estas palabras: «para amar la vida, no hay más que fluir con ella».
Comprenderla es aceptar sus designios, los acontecimientos e infortunios que nos suceden y que son realmente pruebas de fuego de hasta qué punto somos capaces y hemos aprendido a amarla.
Una nueva prueba de la Vida a mi resiliencia. Burla macabra aparente, en un principio.
Simbolismo y sentido positivo el que he decidido adoptar…
Dicen que cuando un padre/madre u otro ser querido y especial fallecen el día en que celebras tu nacimiento: es un regalo.
Supone la transmisión de un legado, eligiendo a esa persona que permanece, por su responsabilidad y significado (Web de Saul Pérez). Es una muestra de amor.
Siento pesadez, aflicción, plomo que envuelve a mi cuerpo…, pero a la vez, tengo la sensación de encontrarme en un nuevo resurgir. De estar saliendo poco a poco de un nuevo y distinto estado larvario; tantas otras veces sentido.
Son sensaciones y emociones familiares pero con un cariz diferente. Otro matiz.
Un peldaño más a subir o a bajar en mi evolución, en la conciencia.
El silencio de la ausencia es más sonoro, en ocasiones. La «no existencia» de dos personas significativas en tu vida, que fueron y ahora no son, más que pensamiento, recuerdo, sensaciones, emociones…
Como decía, otras veces ya sentí cómo la Vida puede despojarte de casi todo dejándote desnudo con tu existencia y a su merced. Cuando lo único válido es pensar que suceda lo que suceda, será lo mejor. En esos momentos, te encuentras cara a cara con ella. Te ves minúsculo e inmenso a la vez. Parte de un Todo. Con la intensidad de ser pura emoción, pura vida. Aprendes algo más que el significado de la palabra «Aceptación».
¿Una recomendación? Apreciar y agradecer siempre a la Vida. Reconciliarte y creer en ella. Respetarla. Aceptarla.