Nuestra mente se encierra en un modelo que nos obliga a buscar la perfección en todo lo que hagamos y en los demás.
Una cosa es esmerarse al hacer algo y poner empeño y entusiasmo en ello, y otra muy distinta es ofuscarnos en detalles, en no estar satisfechos nunca con nada de lo que realicemos.
En lugar de entender los errores como oportunidades para aprender, en la sociedad y desde niños se nos plantean como lo más «catastrófico» que puede sucedernos, tendiendo a comparar nuestros resultados con la de otros, normalmente, de forma negativa y devaluativa hacia nosotros.
En muchos casos, este patrón nos genera inseguridad, miedo, ansiedad y baja autoestima derivado de pensamientos tales como: «no lo voy a hacer bien», «lo haré mal», «está incompleto, imperfecto», etc.
Una manera de hacer frente a este patrón es, en primer lugar, detectarlo y seguidamente trabajárnoslo.
Convencernos de que no hay nada perfecto en esta vida e intentar buscar nuestra satisfacción y disfrute con aquello que hagamos, procurando dedicar un tiempo prudencial a la tarea y realizarla lo más sencillamente posible.
En ocasiones, pensamos que «más es mejor», cuando es al contrario: «menos es más».
Darnos cuenta de ésto es profundamente liberador.