Solemos pensar que siempre necesitamos más.
Más tiempo, más dinero, más amigos, etc. Dejamos que nuestra mente cree un vacío interior que conlleva una necesidad que se intenta cubrir de forma externa y superficial, con «premios» materiales y emocionales momentáneos que, pasada la satisfacción inicial vuelve a manifestarse el vacío.
A veces nos ofuscamos pensando que lo que hacemos no lo hacemos suficientemente bien o que lo que tenemos no es «suficiente»; malgastando nuestro tiempo y fuerzas en algo que no requiere de tanta atención.
Esta cadena está muy vinculada al «patrón de perfección» y a la «autoexigencia».
Trasladamos nuestra mente a un futuro en el que ansiamos «conseguir una vida mejor», que «la vida nos regale» algo distinto, nos colme con nuestros mayores deseos.
Nos olvidamos de que lo único real, que verdaderamente existe es el momento presente. Dejamos de vivir el presente convirtiéndolo en un lamento contínuo, una tortura, una carga negativa.
Nos olvidamos que la vida es el regalo en sí misma. Despreciamos la vida en lugar de apreciar, disfrutar, bendecir y agradecer por tener la oportunidad de vivir, de ser, de experimentar, de sentir.
Nos centramos en recrear mentalmente carencias y límites en lugar de en la suficiencia y la gratitud.
Una práctica que podemos hacer para desprendernos de esta cadena es empezar a focalizar nuestra atención en aquello que nos rodea y ser conscientes de lo afortunados que somos por vivir.
Valorar el acto de despertarnos por la mañana (podría no ser así), de tener un techo y alimentos, el milagro de disponer de agua corriente sin esfuerzos, apreciar la posibilidad que se nos brinda de contemplar el cielo, el mar, un amanecer…, oir una melodía, el canto y vuelo de las aves.
Hay miles de pequeños detalles que nos rodean que, en nuestra inconsciencia y ritmo frenético que llevamos, pasan desapercibidos y que, sin embargo, son contenedores de belleza y felicidad. Sólo basta con detenerse un instante, dirigir nuestra atención a estos elementos, disfrutarlos y agradecer y agradecernos por poder experimentarlos, sentirlos.
«Todo está bien», «es suficiente», «soy afortunado/a por…», «agradezco a la vida (dios, planeta, etc.) por tener esta oportunidad…». Con toda esta maravilla a nuestro alcance diariamente… ¿quién podría sentirse mal?.
Practicando la gratitud y la suficiencia nos encontramos con la alegría y la plenitud.