Desde la infancia se nos valora la característica de la obediencia. Se nos premia si nos subordinamos a otras personas: padres, profesores, adultos en general; y les obedecemos sin cuestionarnos.
Si mantenemos este valor, actuaremos en base a lo que se espera de nosotros. Relegaremos nuestros deseos e intereses a un segundo plano dando prioridad a las necesidades e intereses de otras personas.
Adoptaremos un comportamiento de servidumbre y complacencia hacia los demás que, a la larga, nos ensombrecerá y resultará insano.
Estas dos maneras de actuar esconden una autoestima herida, lo que nos provoca la inseguridad para poder tomar nuestras propias decisiones.
Lo importante es, restaurar nuestra autoestima en primer lugar. Para ello, tenemos que detectar lo negativo que nos decimos en nuestro diálogo interno y transformarlo en mensajes positivos de aprecio y estima a nosotros mismos.
Seguidamente, reforzada nuestra autoimagen, podremos ser capaces de saber qué es lo que nos satisface, qué queremos hacer, cuáles son nuestras creencias, etc., todo ello para poder expresarlo de forma adecuada.
Estas son habilidades que se aprenden y practican, llegando a manifestar un comportamiento asertivo, que no es más que aquel por el que expresamos y defendemos nuestros derechos, intereses, opiniones y preferencias.
Merece la pena esforzarnos por romper ese lazo opresivo que nos impide ser nosotros mismos. Recuerda que, si solo/a no puedes, siempre puedes pedir ayuda profesional.